Es impresionante que a pesar de los años, desde su aparición en 2009 el Tiguan es un referente. Hoy llega su primera renovación, y desde mi punto de vista, Volkswagen ha cambiado sólo lo indispensable, no por capricho, sino porque “si algo funciona, no hay por qué arreglarlo”.
Este SUV compacto es fabricado en la famosa planta de Volkswagen en Puebla. A diferencia del Tiguan que se fabrica en Alemania, el “nuestro” es más largo, ofreciendo más espacio para los ocupantes de la segunda fila de asientos, además deja un muy buen espacio para agregar una tercera fila de asientos, lo que permite mover hasta siete ocupantes.
Debajo del capó, en el cofre, vive el ya conocido motor de cuatro cilindros turbo de 180 caballos y 184 libras-pie, el cual va acompañado únicamente por una caja automática de seis velocidades (DSG).
El chasis cuenta, entre otras cosas, con frenos de disco con sistema ABS; además, tanto el freno de estacionamiento como la dirección son electromecánicos. Por si fuera poco, la suspensión trasera es independiente.
Todo lo anterior se traduce en un muy buen manejo, pues el Tiguan puede acelerar, frenar y virar muy bien a pesar de su tamaño y peso. En mi opinión, la marca ha hecho bien en conservar todos estos detalles.
Su interior aún ofrece acabados, ensambles, ergonomía, espacio y materiales muy buenos. Dicho de otro modo, el Tiguan tiene un interior agradable al tacto, es cómodo y muy amplio.
Pero la cosa no termina allí, pues su sistema de info-entretenimiento puede contar con dos pantallas: la típica principal al centro del tablero y una segunda como cuadro de instrumentos detrás del volante. Dicho sistema cuenta con hasta ocho bocinas, cargador inalámbrico para smartphones y Bluetooth, además es compatible con Android Auto y Apple CarPlay.
En conclusión, en Volkswagen simplemente actualizaron la receta de su casi inmejorable SUV. Hacer otra cosa no hubiera tenido sentido, pues “si algo funciona, no hay por qué arreglarlo”.
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