Existen paisajes que se quedan grabados en tu mente de por vida. Cierras los ojos y puedes ver claramente hasta el más mínimo detalle, incluso puedes sentir la temperatura del ambiente y recrear los sonidos que en ese momento crearon una atmósfera que te impactó. Canadá está lleno de estos paisajes.
Son las siete y cuarto de la mañana y estamos a punto de iniciar un viaje poco común con nuestros amigos de Frontiers North Adventures. ¡Iremos a ver osos polares en su hábitat natural! Para empezar tomamos un pequeño avión que nos llevará de Winnipeg a Churchill, Manitoba. La temperatura se mantiene algunos grados bajo cero, pero nos advierten que nuestro destino será mucho más frío.
Casi tres horas después aterrizamos en un manto blanco de nieve que parece interminable. Un camión con calefacción nos espera, así que aún no hemos podido ser conscientes del frío en el exterior.
Llegamos a la cárcel de los osos, un lugar alejado de la civilización en donde encierran por unos días a los osos que se atreven a adentrarse en la ciudad. Al parecer cada vez es más común ver a más de uno afuera de las casas, ya que Churchill es un punto cercano a la ruta que siguen estos animales para encontrar alimento.
Bajamos del autobús. Respiras y una corriente gélida recorre todo tu cuerpo por dentro hasta llegar a los pulmones. La nieve cruje bajo nuestros pies a cada paso, y en cuestión de minutos se forma hielo alrededor del lente de la cámara. La punta de los dedos comienza a doler, estamos a -26ºC, ¿no es suficiente para un lugar tan cerca del círculo polar ártico? No. La sensación térmica es de -38ºC.
Del otro lado del mural hay un par de osos que pronto se irán a casa. Después de unos días en la “carcel”, los osos son llevados en helicóptero a su ruta natural lejos de la ciudad. Así, los habitantes de Churchill intentan mantenerse en armonía con su entorno, sin ponerse en riesgo a ellos mismos, ni dañar a los osos.
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Como no hay forma de asegurar que estos peludos no regresen o lleguen nuevos aventureros a la ciudad, todos los coches en la calle se dejan sin seguro, por si hay que correr a esconderse de uno. También existe un equipo especial que patrulla las calles todos los días, y una línea de emergencia a donde debes llamar si llegas a tener un encuentro con estos hermosos pero peligrosos animales.
Subimos al autobús para nuestra siguiente parada. Ahora lo pensamos dos veces antes de bajar. Frente a nosotros están los restos de Miss Piggy, un avión que se cayó y que ahora sirve como lienzo de un mural único que contrasta con los brillos que proyecta la nieve.
Llegamos a la parada más famosa entre las postales de Churchill. Frente a nosotros se impone una escultura Inuit de piedra que sirve para enmarcar el paisaje que parece más una pintura. Las olas azules de la Bahía de Hudson parecen estar estancadas en el tiempo. El agua proyecta la sensación de movimiento, pero están casi estáticas, el frío las ha detenido como si fuera una fotografía.
Un lugar perfecto para desconectarte de todo y sólo contemplar el paisaje.
Recorrido por la ciudad
Seguimos en el autobús y nuestra última parada nos da la bienvenida a Churchill, una ciudad helada en Manitoba, al norte de Canadá. Aquí viven menos de 900 personas, así que el ambiente es ameno y, en contraste con la temperatura real, sumamente cálido. Cada uno de sus habitantes se caracteriza por su amabilidad y por su emoción al transmitir la historia de este lugar bastante alejado de lo que los turistas conocemos.
La ciudad es pequeña, puedes recorrerla en un día sin ningún problema mientras no aparezca un oso polar. En tu caminata puedes encontrar, a solo unos metros de distancia, zorros de diferentes colores que se aventuran a pasear por las calles nevadas. Nosotros encontramos un zorro negro y otro rojo en la calle de nuestro hotel: Tundra Inn.
En búsqueda de osos polares
Son casi las nueve de la mañana, el sol se refleja en el piso cubierto de nieve, en donde aún quedan las marcas de un Tundra Buggy que pasó antes que nosotros. Los Tundra Buggy son camiones diseñados especialmente para poder recorrer el paisaje alrededor de la Bahía de Hudson, en donde cada año los osos polares aparecen esperando a que el hielo esté perfectamente congelado para cruzar e ir a cazar focas.
Nadie despega la vista de las ventanas. Afuera se extiende un terreno de hielo y nieve, la tundra en noviembre. Basta con mirarlo desde dentro para anticipar su fuerza. Un paisaje que impone pero también deleita.
El viento mueve mareas de partículas cristalinas que acarician la nieve más sólida y forman olas que se vuelven adictivas a la vista. A lo lejos alguien ve un zorro. Su pelaje brilla como un destello de fuego en contraste con la nieve. Nadie sabe a dónde se dirige, pero su paso es firme y determinado. Bajamos las ventanas para verlo sin un cristal de por medio. El frío al instante acaricia la piel y nos envuelve al igual que envuelve al zorro.
Más adelante, a lo lejos, vemos una bolita de pelo. Nos acercamos y es un oso. Salimos a la parte trasera del Tundra Buggy, de frente a la naturaleza. El oso apenas levanta su cabeza para mirarnos, prefiere dormir y descansar antes de ir a inspeccionarnos. Para ese momento lleva alrededor de 146 días sin comer, esperando a que el hielo se congele.
Es indudable que el mundo ha sufrido grandes cambios debido al mal cuidado que le hemos dado, cada año la espera por la comida se hace más larga. En la década de los 80, los osos polares sólo tenían que esperar 107 días a que el agua se congelara para poder salir a cazar. Hoy la espera aumenta cada año. Si no hacemos nada, el daño en su equilibrado ciclo de vida podría ser drástico, al grado de provocar que estos animales mueran de hambre y se afecte toda la cadena en la que participan.
Nuestro primer oso esconde la cabeza entre sus patas y de vez en cuando nos dirige una mirada. Nunca olvidas la primera vez que encuentras un oso en su hábitat natural. La perspectiva de las cosas cambia.
Más osos polares
Seguimos nuestro viaje y encontramos otro oso. Está sentado comiendo plantas. En realidad esto no lo nutre, pero ayuda a que su sistema digestivo se mantenga en funcionamiento. Murmullos de asombro y los clics de las cámaras son todo lo que se escucha. El oso sigue tranquilamente con su tarea aunque voltea repetidamente hacia nosotros casi con una expresión curiosa. Se acerca más, olfatea y pasando a unos metros de distancia sigue su camino hasta volverse invisible con la nieve en el horizonte.
El tiempo pierde sentido. No sabemos exactamente cuántos minutos llevamos contemplando al oso. Incluso podrían ser horas.
Avanzamos y vemos otro oso a lo lejos. Entre la nieve ofrece una postal digna de compartir.
Hemos tenido suerte, estamos cerca de la temporada en la que los osos ya deberían de estar cazando.
¿Qué más podemos ver?
Para los viajeros y amantes de la naturaleza, Churchill es el lugar más accesible para presenciar la vida natural de los osos polares. Además, dependiendo de la temporada del año, también se puede presenciar el viaje de migración de cientos de Belugas en verano, y hasta cenar bajo las más impresionantes auroras boreales de finales de invierno.
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Todos regresamos emocionados al atardecer, sin ningún cambio aparente. Pero en realidad sabemos que, después de conocer un pedacito más de lo maravillosa que es la naturaleza, cada uno de nosotros ya no es la misma persona que despertó esa mañana. Ese era ahora el secreto compartido de todos los que viajamos en el Tundra Buggy 16 aquel día de noviembre.
Si quieres saber qué más puedes hacer en Churchill, sigue leyendo nuestra aventura en la siguiente nota: