Paulette Betancourt se define como una “eterna soñadora”. Desde muy pequeña amaba pintar; en su casa, ninguna pared, ventana o espejo se salvaba de servirle de lienzo.
Por Pepe Real
Cuando terminó sus estudios de educación media superior decidió que era momento de comunicar a sus padres su propósito de estudiar lo que más le apasionaba: arte. Sin embargo, recibió un rotundo no como respuesta porque, le dijeron, en esa casa sólo se podía estudiar Administración, Contaduría o Medicina.
Paulette sentía que no encajaba en ninguna de esas carreras, así que se decidió por Administración Turística y de la Hospitalidad: “Prácticamente en mi casa soy la ‘oveja negra’, pero divertida, todos son empresarios y súper administradores”. Eso sí, jamás dejó su sueño, tenía muy clara su meta, por ello tomó cuanto curso de pintura se le presentaba.
Cuando se graduó de Turismo buscó trabajo, pero nada le llamaba la atención. Continuamente se decía: “Si mis papás me pagaron la carrera, pues debo trabajar en algo relacionado con esta rama”. Mientras tanto, ella seguía pintando y vendiendo sus obras, pero como hobby, a pesar de que ya había expuesto en varios sitios.
La artista cuenta una anécdota que la llevó a lanzarse con todo al mundo del arte, en el cual ya lleva cuatro años de manera profesional. “Como regalo de cumpleaños, a un ex novio le pinté un Batman vestido de almirante con hoja de oro. No es por nada, pero me quedó increíble”.
A los pocos días el novio la cortó y ella decidió escribirle para pedirle que se lo regresara. “Le estaba ahorrando un pleito con su futura novia porque mi cuadro ya estaba colgado en su oficina, y obvio, tarde o temprano iba a terminar en la basura. Así que mandé por él y me lo regresó. Pasaron los años y yo ya había ganado cierto renombre y plusvalía, pero seguía teniendo guardado el cuadro de Batman”.
Tiempo después, en una fiesta conoció a un chavo que se dedicaba a la venta de arte, a quien le enseñó su dossier. “En cuanto vio el Batman me dijo: ‘Yo te lo voy a vender’. En menos de una semana ya estaba vendido en 35,000 pesos. Ahí me di cuenta del valor que van adquiriendo las obras con el tiempo mientras empiezas a crecer como artista”.
Paulette resalta que haber estudiado con varios profesores de diferentes corrientes artísticas fue la mejor decisión para alimentar su creatividad. Entre sus mentores menciona a Marta Sotomayor, Omar Ortiz, Javier Arizabalo, Nachosa y José Lazcarro.
La veracruzana, quien se dice admiradora de pintores como Remedios Varo, Beksiński y Klimt, ha usado diversos materiales para plasmar su arte, como platos y madera, pero definitivamente el mármol es su favorito. “El poder fusionar mis trazos con las vetas que se formaron hace miles de años es algo alucinante”.
Imagino que no es cualquier mármol, ¿cómo consigues las piezas?
Recorro las marmolerías, sobre todo las de Puebla, pues tienen muy buenas piezas. Busco las que por azares del destino se hayan roto, pero que su forma me transmita un sentimiento o que yo les vea forma de algo. A esto le llamo “causalidad”. Me encantan las que tienen vetas de diferentes colores, o las que tienen fósiles que hasta parecen dragoncitos marinos.
¿Cuáles son las principales técnicas que utilizas?
Todo lo que tenga que ver con el óleo, mármol y oro. Aunque también pinto sobre lienzo. Pero mis obras de “pasarela” son las de mármol. Otra técnica que me encanta utilizar para transmitir más allá de una sensación es la resina. Y por supuesto incendiar el polvo de oro.
Respecto a esto último, ¿cómo es que adaptas el fuego en tus trabajos?
Para mí el fuego representa cada intersección que tenemos en la vida. Es ese camino que recorres, esa decisión que te abre o cierra puertas, ese laberinto que llamamos vida. Al prender el polvo de oro, la pieza comienza a incendiarse. Empiezo a moverla en diferentes ángulos para que el fuego vaya dejando rastro con el polvo de oro. Me hace sentir una piromaniaca, es súper divertido. Pero también es importante estar muy concentrada para poder transmitir más que emociones con esos trazos que el fuego va marcando libremente.
¿Qué retos has enfrentado para abrirte camino en el arte?
¡Muchos! Rechazos por docenas de galerías nacionales, pero emocionantes invitaciones por parte de galerías internacionales. No lo voy a negar, es un mundo complicado, pero ¿qué cosa sin dificultades vale la pena? Por eso mejor hay que complicarse haciendo lo que más nos gusta.
¿De qué manera te ha afectado el encierro por la emergencia sanitaria?
Para mí fue una gran experiencia porque me ayudó a hacer introspecciones sobre mis puntos débiles y fortalezas. Gracias a eso creé la técnica de óleo sobre mármol. Me encontré un pedazo de mármol Santo Tomás, me atrajo como un imán, lo observé y dije: “Tiene cara de elefante”, así que le ayudé a ser un elefante.
En tus trabajos sobresalen las figuras de animales, sobre todo elefantes, ¿cuál es el sentido?
Desde chiquita siempre he amado los animales, sobre todo los perros, que para mí son unos ángeles peluditos. En cuanto a los elefantes, me parece que su tamaño refleja su grandeza tan genuina, son seres muy espirituales, por eso me traen loca y los he dibujado desde hace años.
Para empezar a pintar, ¿tienes algún ritual?
Pongo ópera o música clásica. Coloco la pieza de mármol recargada en la pared, observo sus vetas, me imagino por qué circunstancias pasó para tener esa forma; si tiene fósiles, observo con más detalle qué animal es. Comienzo a preparar el mármol para ser intervenido, y es justo ahí cuando me pierdo, sólo estamos mi pieza y yo, dándole una segunda vida con la ayuda de sus vetas y mi pintura.