Cuando tenemos que hacer una lista de las personalidades más queridas y admiradas por la gente, la Princesa Diana no puede faltar. Con sólo 20 años logró ganarse el cariño de la mayor parte de las personas en Inglaterra y en todo el mundo gracias a los medios de comunicación y sus visitas a otros países como parte de sus obligaciones con la Corona.
Sin embargo, ¿qué había detrás de esa amable sonrisa y visible empatía? Todos sabemos que su matrimonio no terminó como en un cuento de hadas, y aunque quisieran pretenderlo, su vida en la realeza no era color de rosa, así como no lo es la vida de nadie.
Pablo Larraín justo se apoya en estas sombras, en este lado oscuro de Diana para adentrarnos en un viaje introspectivo del personaje, que podemos ver a detalle en pantalla. Una historia que se siente contada con amor y cariño por Diana, pero también con una fuerte crítica sobre la dualidad de los lugares privilegiados, la libertad y las tradiciones de la Corona.
Bajo el trabajo actoral de Kristen Stewart, ‘Spencer’ nos muestra a una mujer aturdida por la jaula de oro que la tiene atrapada. Un alma libre, ocurrente y frágil que comienza a romperse bajo el peso de las apariencias que tiene que mantener, los códigos de etiqueta que debe seguir y sobre todo, el engaño de Carlos. Refugiándose en la nostalgia de su familia, de quien era ella misma, y en su trastorno alimenticio, sin nadie que la ayude realmente, pero si varias miradas que la juzgan.
Kristen Stewart y su brillante participación
Sí hay algo que Kristen nos ha demostrado a lo largo de su carrera, incluso en la saga de Crepúsculo, es que la emoción contenida y el sentimiento de agobio es uno de sus fuertes. Aún así, en ‘Spencer’ logra llevarlo un paso más allá y superarse a sí misma, transmitiendo en todo momento y con todo su ser, el profundo agujero en el que Diana se va hundiendo cada vez más.
Y aunque en todo momento va llevando la carga dramática de manera sobresaliente, lo más brillante es cómo después de mantener a la audiencia enganchada con ese sufrimiento que le va haciendo perder la cordura, de pronto sube la curva dramática, nuevamente aferrada a un hilo de esperanza, y es en el desenlace cuando por fin le da la oportunidad al público de respirar y sentir un poco de alivio, como cuando una presa logra escapar de su depredador y nosotros como espectadores nos sentimos contentos, aún cuando sabemos que podría caer en las garras del depredador nuevamente en un futuro.
El reparto termina de complementarse con la increíble actuación de Jack Farthing como el Príncipe Carlos; Sally Hawkins como Maggie; Timothy Spall como el encargado de supervisar que todo salga a la perfección; Sean Harris como el encargado de la cocina; y Jack Nielen y Freddie Spry como el Príncipe William y Harry.
Un diseño de producción digno de mención
Larraín ya ha demostrado antes que el glamour nostálgico se le da bien, lo hemos podido ver en Jackie, la película protagonizada por Natalie Portman. Esta vez lo vuelve a lograr de la mano de Guy Hendrix Dyas en el diseño de producción, Jacqueline Durran en el vestuario, y Stacey Panepinto como encargada del maquillaje.
Juntos crean una atmósfera que refleja tanto el deseo de Diana por su libertad, como la presión y aislamiento que provocan la serie de reglas, tradiciones y protocolos que cada vez van asfixiando más a nuestra protagonista.
La cinta nos muestra la interpretación de una de las últimas vacaciones de invierno que pasó Diana en la Casa de Windsor. Tres días durante los cuales se deja en evidencia el fracaso de su matrimonio, sus trastornos alimenticios y la profunda melancolía que la aplastaba. Plasmando en la pantalla una imagen más tangible de lo que probablemente tuvo que pasar LadyDi. Pero sobre todo, conectando con esos sentimientos universales con los que seguramente más de uno nos hemos sentido identificados.
Sin duda es una cinta que vale la pena ver, apreciar y disfrutar como una obra de autor bastante bien lograda.