Loco, soñador y hacedor, así se describe Alejandro Ávila, a quien vemos noche a noche a través del Canal de las Estrellas interpretando a Víctor en Lo que la vida me robó, al lado de Angelique Boyer y Sebastián Rulli.
“El Loco”, como lo conocemos todos en Televisa, es un tipazo. Me llevo maravillosamente con él y hemos tenido la fortuna de compartir y trabajar juntos en varias ocasiones, como en dos capítulos de Mujeres asesinas y otros dos en Tiempo final.
“Me dicen ‘El Loco’ porque hablo con las aves, Leo, jajaja. No, salió porque siempre he sido muy atrabancado. No logro entender por qué, pero podría ser porque comencé a tomar alcohol hasta los 21 años, perdí mi virginidad en mi primera borrachera, andaba con las señoritas Jalisco, muy guapas, pero nunca les hacía nada, era muy bruto. Y eso aunado a una serie de arranques locos que siempre he tenido, fundamentados en la hiperactividad que manejo”.
A sus casi 41 años se siente pleno y muy feliz: “¡Ay, Dios mío, que me agarren confesado! La edad peligrosa. Yo por eso mejor no le calo, qué tal que me gusta, y la verdad no conozco a ningún arrepentido, jajaja. Tengo una gran esposa, dos hijos bellísimos, una familia maravillosa. En la vida he dejado de lado muchas cosas o a muchas personas para estar en donde estoy, pero no me arrepiento, al final de cuentas están quienes tienen que estar. Soy un descarado de la vida, Leonardo. No estoy diciendo que ya me quiera morir ni nada por el estilo, pero he vivido muy feliz, he hecho de todo, así que Diosito, cuando quieras, estará bien”.
Creció, dice, entre la playa y el campo: “Siempre me gustó el asunto campirano; me acuerdo mucho de mis botas vaqueras como a los tres años, me encantaban, sólo me las quitaban para dormir. Dice mi mamá que siempre que me las quitaban me ponía a llorar. Tuve una infancia muy bonita; viví mucho tiempo en ranchos. Me acuerdo que nos levantaban muy temprano a llevar a las ovejas a pastar, o nos tocaba ordeñar vacas. Jugaba en los lagos, en los arroyos. También viví algunos años en Puerto Vallarta, así que crecí también al lado del mar, playitas, cocos, en fin, muy divertido. Siempre fui muy bien en la escuela, pero más que aplicado tenía muy buena memoria. La cosa cambió cuando entré a la preparatoria; ahí sí me iba a exámenes extraordinarios, pero no por burro, sino por el relajo en el que andaba”.
A diferencia de muchos en la industria del entretenimiento, Alejandro Ávila no anhelaba dedicarse a esto: “Soñaba con ser bombero, médico, policía o psicólogo; nunca quise ser actor, pero de siempre me gustaba cantar. Mi canción favorita era ‘Las llevas de mi alma’, de don Vicente Fernández. Desde chiquito decían: ‘¡Que cante el niño!’. Un día, de la nada me dijo mi hermano que lo acompañara a las audiciones para entrar al CEA, porque él quería ser actor, y me quedé yo, y no él. Yo no pensaba actuar, pero ya después se me metió en la sangre, amo estar arriba de un escenario”.
Al principio no le fue nada fácil, y me compartió: “Viví en un cuarto de servicio un año, no tenía para comer. Cuando me salí de mi casa las pasé negras. Después de muchas penurias, hoy día llevo nueve años trabajando sin parar y me siento muy bendecido. Hice capítulos en cuantas telenovelas te imagines para poder pagar la renta. Desafortunadamente no es lo mismo pedir trabajo con la panza llena, que con la panza vacía”.
De su pasión, me platicó esto: “Amo cantar, amo sacar una sonrisa, amo ser creativo, que la gente llore conmigo, eso me fascina. A mí me parece que tu trabajo debería hablar por ti, más que tus relaciones públicas. Me parece que soy un soñador imparable; considero que aquel que no tiene sueños, no tiene nada que hacer en este mundo. La única forma de no cumplir tus sueños es tener miedo, y yo no le tengo miedo a nada, ni a morir”. ¡Te invito a escuchar la entrevista completa en mi podcast, entra ya!
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