Tenía muchas ganas de platicar con Raquel Bigorra. Nos conocemos desde hace muchos años y me encanta que siempre se suma a mis locuras, como cuando la invité a participar en la campaña nacional de la Fundación En Nuestras Manos y feliz llegó muy puntual y con toda la disposición del mundo. Y es que así es ella: alegre, dispuesta, buena vibra, entregada a su chamba, muy profesional. Jamás he escuchado algún comentario negativo sobre su persona, como el típico: “¡Ya se le subió!”. Por lo menos conmigo siempre ha sido una tipaza.
Hoy está más guapa que nunca, feliz en su matrimonio y con muchas ganas de convertirse en mamá. “Es mi prioridad en estos momentos; he cambiado mi alimentación, me estoy cuidando muchísimo. Mi marido y yo estamos trabajando duro para que este año se nos haga realidad; sólo quiero tener un hijo porque la vida está muy difícil”.
Raquel se ha casado tres veces, pero asegura que éste es el bueno: “Aprendí después de dos divorcios. La gente me preguntaba: ‘¿A poco sí te vas a casar otra vez?’. Y yo decía: ‘Claro, yo creo mucho en el amor’. Leo, él es mi media naranja”.
Alegre, romántica y entusiasta, así se define, y yo agregaría que muy trabajadora. Simplemente no para, se le nota la pasión por lo que hace. “Leo, es que nacimos para ser felices; hay días que uno amanece con alguna piedrita en el zapato que te va atorando, pero no hay que permitirlo, hay que luchar día a día por ser felices. Yo siempre tuve muy claro que venía a triunfar, y jamás he quitado el dedo del renglón”.
Su pasión por los escenarios venía integrado en su chip desde que nació, pues me compartió: “De niña imitaba a Rafaella Carrá, era la pequeña artista de mi mamá. Me gustaba cantar canciones de Daniela Romo o de las artistas que llegaban a Cuba. Me fascinaba, no era nada penosa. Me gustaba que me presentaran, que me aplaudieran. En la escuela me encantaba jugar a la artisteada, yo participaba en todas las obras de teatro, en las declamaciones, en fin; así que te puedo decir que siempre supe que esto sería mi vida”.
Raquel Bigorra es hoy día una de las conductoras más reconocidas y populares de la televisión en nuestro país; su cambio de televisora le ha traído grandes beneficios, pero nada ha sido de gratis y eso la tiene muy feliz. “He tenido la fortuna de encontrarme con muchos angelitos en la vida que me han ayudado a crecer en esta carrera; me siento bendecida por todo lo que he vivido, bueno y malo, porque de todo se aprende”.
Creció siendo una niña plena y segura, tanto que ella no notaba las diferencias que existían con el mundo fuera de Cuba. “Yo no conocía la vida que existía hasta que a los 19 años salí de mi país y visité España. La primera vez que entré a un McDonald’s dije: ‘¡Dios mío, pero qué bueno está esto de la hamburguesa!’. Gracias a Dios nunca viví carencias. Tuve la fortuna de tener unos padres con muy buen trabajo, así que las restricciones con las que se vive allá yo nunca las sentí. Si bien abrías la nevera y no había una gran variedad en sabores, si había helado. Cuando comparas con lo que hay en el mundo exterior, sí hay una gran diferencia, pero nunca lo sentí”.
Sus días en la escuela los recuerda así: “Siempre fui muy bien en el colegio, era muy aplicada, no era la matada, pero siempre fui muy bien; aunque también era muy mitotera, yo era amiga de todas”.
Me compartió algunos de sus sueños: “Quiero grabar un nuevo disco, regresar a la radio, hacer un programa nocturno; tengo muchas ganas de seguir trabajando, de seguir tocando puertas. Cuando uno sueña, uno puede hacerlo realidad, así que vamos a darle duro a nuestros sueños, siempre”.
Actualmente podemos verla mañana a mañana en Venga la alegría a través de Azteca 13. “Jamás había trabajado tan temprano, creí que no podría acostumbrarme. Hay días en que mis llamados comienzan a las 4 de la mañana, pero yo lo disfruto enormemente”.
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