El brillo de una de las estrellas más icónicas del cine y la danza en México se ha apagado. Yolanda Yvonne Montes Farrington, conocida artísticamente como Tongolele, falleció hoy 16 de febrero a los 93 años. Su presencia magnética, su inconfundible mechón blanco y su sensualidad hipnótica la convirtieron en un símbolo de la Época de Oro del cine mexicano y en la reina indiscutible de las danzas exóticas.
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Aunque las causas de su muerte no han sido reveladas, su partida marca el fin de una era. Su imagen, talento e inigualable energía seguirán vivos en la memoria de quienes la vieron brillar en la gran pantalla y en los escenarios más importantes de México.
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Nacida el 3 de enero de 1932 en Spokane, Washington, Tongolele descubrió su pasión por la danza desde muy joven. Con apenas 15 años cruzó la frontera y encontró en México su hogar artístico. Fue en los cabarets de la Ciudad de México donde su nombre empezó a resonar, conquistando al público con su dominio de la danza tahitiana y africana. Su magnetismo era tal que pronto recibió el apodo de “La Diosa Pantera”, en honor a su mirada felina y su exótica cabellera.
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En 1948, el cine la atrapó y la inmortalizó. Con la película ¡Han matado a Tongolele!, su figura quedó marcada para siempre en la pantalla grande. A partir de ahí trabajó con los grandes del cine mexicano, desde Germán Valdés “Tin Tan” en El rey del barrio hasta Emilio “El Indio” Fernández. Su arte no conoció fronteras: fue una estrella en el cine, teatro, televisión y en los cabarets más exclusivos de la época.
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Un amor eterno y un retiro silencioso
Detrás del mito había una mujer con una historia de amor entrañable. En 1956 se casó con el músico cubano Joaquín González, con quien tuvo dos hijos gemelos, Rubén y Ricardo.
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La unión duró hasta la muerte de su esposo en 1996, tras lo cual Tongolele decidió no volver a enamorarse. Su amor por la danza y el espectáculo, sin embargo, nunca se apagó.
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A lo largo de los años enfrentó los estragos del tiempo con la misma elegancia con la que se movía en el escenario. En 2015 se retiró definitivamente de la vida pública. La demencia senil, que luego se confirmó como Alzheimer, la alejó del mundo, pero jamás de la memoria de quienes la admiraban.
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Hasta el final siguió bailando en la intimidad de su hogar en Puebla, aferrándose a los movimientos que la hicieron leyenda.