Cuando Lenny Kravitz aterrizó por primera vez en París en 1989, con apenas 25 años y su primer álbum Let Love Rule bajo el brazo, no imaginaba que, décadas después, una mansión aristocrática en el conservador distrito XVI terminaría convirtiéndose en su refugio creativo, espiritual y profundamente personal. Pero el destino —y un agente inmobiliario con buen ojo— tenían otros planes.

“Un pequeño departamento, quizá en el Sena”, pensaba Kravitz cuando comenzó a buscar su propio rincón en la capital francesa a principios de los 2000. Lo que encontró fue todo lo contrario: una majestuosa residencia de los años veinte, antiguo hogar de la condesa Anne d’Ornano, viuda del alcalde de Deauville. “El agente me dijo: ‘No es lo que estás buscando, pero tienes que verla’. Cuando entré, supe que era mi casa. Espiritualmente, lo sabía”, contó el músico en entrevista con AD US.

La transformación de esta hôtel particulier en un santuario de arte, música y memorias familiares tomó tiempo, pero Kravitz no era un novato en el mundo del diseño. Desde 2003 lidera Kravitz Design, un estudio con clientes como Dom Pérignon, Leica y CB2. Fue su visión —ese equilibrio entre lo europeo y lo africano, entre el glamour vintage y la crudeza brutalista— la que convirtió esta mansión en lo que hoy llama, con orgullo, el Hotel de Roxie, en homenaje a su madre, la actriz Roxie Roker.

Cada rincón de la casa cuenta una historia. En la entrada, un piano Steinway & Sons de edición limitada —diseñado por el propio Kravitz en colaboración con la marca— recibe a los visitantes con acordes que rebotan suavemente en los muros de estuco vainilla.

En el comedor, un retrato de su abuelo Albert Roker observa con solemnidad desde su altar personal. En la biblioteca, entre libros de arte y premios Grammy, se exhiben las botas de boxeo de Muhammad Ali y zapatos del mismísimo James Brown.

Un gran archivo
“Elegancia conmovedora”, así describe Kravitz su estilo. Y es una definición que se siente en cada espacio: desde la suite principal con textiles africanos y lámparas de Baccarat, hasta la sala de proyecciones subterránea decorada con un sofá Terrazza de cuero manteca y arte de Warhol. Incluso la vieja sala de calderas, ahora transformada en un bar clandestino donde su hija Zoë ha celebrado numerosas fiestas, refleja ese espíritu libre y sofisticado que define al artista.

Pero más allá del diseño, esta casa es un archivo vivo. Un lugar donde conviven el alma de sus ancestros, su presente creativo y el legado que quiere dejar. “La idea de ponerse en los zapatos de alguien y recorrer su camino”, dice Kravitz, mientras repasa con cariño una chaqueta de Miles Davis, regalo de Cicely Tyson. “Eso es lo que representa esta casa para mí. Es mi historia, mi herencia, mi arte”.

Y así, lo que comenzó como la búsqueda de un modesto pied-à-terre terminó convirtiéndose en una residencia de espíritu exuberante y corazón íntimo. Una catedral de memorias, ritmo y diseño. En otras palabras, el reflejo perfecto de Lenny Kravitz.
