Las calles de Brasil y sus habitantes están en la época más feliz del año, ya que durante unos días los problemas que los aquejan parecen olvidarse para dar vuelo a la celebración del carnaval, uno de los más importantes del mundo.
Río de Janeiro es el escenario para que los miles de turistas y los más de cuatro millones de cariocas disfruten de los bailes y el erotismo con el que las diferentes escuelas de samba llenan cada rincón de la ciudad.
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En las calles se respira la despreocupación y da la impresión de que todo está permitido, es la época de los excesos y los colores, de los disfraces, de las plumas y los cuerpos al descubierto, de las geishas y la diminuta ropa ajustada.
El sambódromo recibe diariamente poco más de 72 mil espectadores quienes a ritmo de la música en vivo son testigos de las 12 escuelas que buscan conseguir el título de campeón del carnaval.
Cada año las escuelas compiten por el mejor montaje y tema de desfile, el cual tiene una duración máxima de 82 minutos por los 720 metros de la “avenida Sapucaí”, que es la pista del recinto creador por el destacado arquitecto brasileño Oscar Niemeyer.
Lo más esperado por los turistas y jueces, son los temas que cada escuela elige y en torno a los cuales realizan el montaje y coreografía, además del vestuarios con el que realizan su presentación, los detalles de cada escuela se mantienen en estricto secreto.
Cada escuela cuenta con entre 3 mil y 5 mil participantes, quienes hacen uso de los más excéntricos y originales disfraces divididos en varias alas y roles.
Unas 40 personas son las encargadas de elegir a la escuela «campeona del carnaval» en base a criterios como la armonía, percusión, disfraces y tema del desfile.