Pinocho nunca fue mi película favorita. El primer acercamiento que tuve con esta historia, al igual que la mayoría de los boomers y millennials, fue gracias a Disney, que sacó una película animada en 1940. Se me hacía una película incómoda y difícil de seguir. Pensé que tal vez no era tanto una cinta para niños y tal vez más grande le agarraría cariño. No pasó.
Lo que sí pasó fue que salieron muchas versiones distintas de Pinocho, no sólo animadas, sino también live-action. Desde ‘Pinocho, la leyenda’, en 1996, hasta Pinocho del 2019 protagonizada por Roberto Benigni, o el nuevo live-action de Disney con Tom Hanks que se estrenó este 2022. Algunas más oscuras que otras, unas más depresivas que otras, y una que otra optimista y colorida.
Pese a sus esfuerzos, ninguna logró causar tanto revuelo como lo ha hecho Pinocho de nuestro querido cineasta tapatío Guillermo del Toro. La cinta de animación en stop motion ha roto cualquier tipo de barreras y predisposiciones, gracias a que Del Toro ha conseguido reinventar la historia desde sus entrañas para hacernos conectar con ella de una forma u otra, de manera que no pueda pasar desapercibida para nadie.
Una cinta que llega al corazón
Del Toro es bien conocido por su astucia para tocar las fibras más profundas de cualquier espectador, no importa si lo hace a través de la historia de un monstruo marino que se enamora de una mujer muda, o a través de una niña que sigue las instrucciones de un fauno. Detrás de cada historia llena de fantasía, magia, misterios y monstruos, hay una historia humana con la que nos podemos identificar.
Y Pinocho no es la excepción. A través de la historia de una marioneta que cobra vida para acompañar a Geppetto, Del Toro nos habla de la fugacidad de la vida, con lo bueno y lo malo que eso implica. Aborda también la autenticidad y las cosas buenas que importan en este mundo, así como la relación entre padres e hijos, y de cómo algunos papás quieren moldear a sus hijos para satisfacer sus propias expectativas.
«Hay dos historias esenciales que marcaron mi infancia y adolescencia: Pinocho y Frankenstein. Y eso podría decirte algo sobre la relación con mi papá. Pero aquí está esa idea de que eres expuesto a un mundo que raramente entiendes, y tratas de darle sentido conforme vas creciendo. Estas películas son sobre padres e hijos o historias ligadas a ese vínculo», mencionó Del Toro en conferencia de prensa.
Un cambio de tono con Pinocho
Para el cineasta era importante hablar sobre esta relación y la importancia de aceptar a los demás, en este caso a los hijos, tal y como son. De hecho, confiesa en su exposición que comparte en la Cineteca Nacional de la CDMX que cuando era niño y vio cómo Pinocho al final se convertía en un niño de verdad, pensó: «Entonces, para que te amen ¿tienes que cambiar? No podía aceptar eso».
Como todo un artesano del cine y con mucho respeto a los clásicos, el tapatío decidió añadir algunas notas para que el mensaje fuera diferente sin ser contradictorio, simplemente cambiando la tonalidad.
«La esencia de esta adaptación es que Geppetto quiere que Pinocho sea alguien que no es. Los padres con frecuencia tienen una idea de quiénes son sus hijos, y cuando no se ajustan a este molde mental, tratan de obligarlos a hacerlo. Pareciera que la versión de Guillermo resonará en muchos padres que se sienten frustrados con el comportamiento de sus hijos, y en los hijos que se sienten frustrados con padres autoritarios. Quizá les ayudaría ver las cosas desde otra perspectiva». menciona Patrick McHale, coguionista de la cinta.
El reflejo de una forma de ver la vida
Guillermo del Toro confesó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara que cada que escribía algo en el guión de Pinocho acababa llorando, pues es un reflejo de su filosofía de vida. «Tengo 58 años, empezamos a hacer esta película hace 15, y pensé que podría ser una gran herramienta para hablar de lo precioso y frágiles que somos como humanos, y cuánto nos necesitamos unos a otros».
A lo largo de su trayectoria y su larga lista de entrevistas, conferencias de prensa y seminarios, Guillermo se ha mantenido fiel y constante a su modo de ver la vida: como algo efímero y hermoso que debemos valorar y que siempre será mucho mejor en compañía. De hecho, para él, la mayor satisfacción de hacer cine es poder dejar algo en el espectador, poder ayudarlo, poder acompañarlo, poder darle visibilidad, poder inspirarlo o poder conectar de alguna manera que impacte positivamente.
En esta ocasión lo vemos con Pinocho tanto en pantalla como detrás de cámara. En la cinta se nos repite varias veces este hermoso mensaje de lo efímero que es la vida cada que Pinocho cambia de plano al «morir», puesto que al ser una marioneta no puede morir realmente. Lo vemos desde la primera secuencia con Carlo, hasta la última, que es magistralmente poética.
Por otro lado, Del Toro también continuó con su filosofía mientras hacía la película, pues involucró a animadores y cineastas mexicanos para colaborar en esta cinta que con mucho cariño fueron articulando.
Una cinta que refleja toda la filmografía del cineasta
Además de la belleza de la historia, que el tapatío codirige con Mark Gustafson; de los temas importantes de los que habla de manera digerible, y del trabajo que cada persona involucrada puso en esta cinta, Pinocho esconde una larga lista de señales que reflejan los símbolos y estática característicos de Guillermo del Toro.
Pinocho es una síntesis de todo lo que el cineasta imprime en sus monstruos más característicos; además podemos ver ligeros guiños a otras cintas.
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La película de momento se ha convertido en la más vista a nivel mundial en la plataforma de Netflix, además de obtener tres nominaciones en los Golden Globes: Mejor Canción Original, Mejor Película Animada y Mejor Score.
No cabe duda que va por buen camino para los Premios Oscar. Si aún no la has visto, no te la puedes perder.