Texto: Eduardo Santiago Cervantes | Edición fotográfica: Brandon Galván Ángeles
Para el crítico de arte Juan Acha, la primera mitad del siglo XX está colmada de esfuerzos por independizar las identidades culturales de las naciones americanas. Misión pendiente desde las insurrecciones independentistas del continente. En el escenario de las artes plásticas, en cambio, se subraya a Jackson Pollock y el expresionismo abstracto como el grito de independencia estadounidense, y al muralismo mexicano como el único esfuerzo latinoamericano próximo a logar una meta comparable. Su falla se achaca a la incapacidad institucional del país por seguir abonando a los esfuerzos consecutivos, por temor de promover una ruptura con el muralismo. Se puede afirmar que el proscenio equivalente para la arquitectura fueron los incipientes estilos neocoloniales de principios del siglo pasado, utilizados para la edificación de las sedes de las secretarías del gobierno federal. Para las casonas particulares de las colonias Roma, Hipódromo Condesa y Polanco, el severo movimiento neocolonial institucional tenía poco que ver con el apetito moderno de sus habitantes. Estos particulares volcaron su interés también al diseño neocolonial que se gestaba al sur de Estados Unidos. Así nació el neocolonial californiano tendencia que en México sólo conserva los torreones y las amplias paredes lisas estucadas en colores claros del spanish revival de California. En lo demás posee un flair y espíritus propios, sus suntuosas fachadas barrocas en realidad son prácticamente ausentes dentro del estado dorado. Y quizá son estos potentes espacios de piedra el enclave mexicano de su valor identitario.
Justamente, uno de estos frontispicios y el espíritu emancipador que acompaña su concepción se yergue en la calle de Campeche de la colonia Condesa. Casa León (Campeche 281, Hipódromo Condesa) resguarda el secreto de una epifanía de espacio y arte lapidario. Apenas se cruza la puerta principal, el León de cantera que avisa el nombre de esta casona vigila de cerca a quienes la visitan. Cara a cara, la piedra no es indolente a las miradas que la contemplan, devuelve un vistazo furioso. En su jardín principal, los altos relieves de sus ventanas y puertas son el teatro en el que la piedra y el viento se abaten en un duelo que durará para los siglos futuros, y del que peñascosas cumbres y escollos son los más trágicos testimonios. Esta batalla es otra, es fantasiosa y afortunada. La escultura ingrávida de sus remates reclama el inverosímil vuelo de la roca como una posibilidad latente del febril ingenio humano, negado a la decadencia de la muerte. La disposición floral de sus jardines se basa en las premisas del budismo zen, emprendiendo una búsqueda intencionada por la armonía entre la paz de la naturaleza y la gallarda edificación humana. Viviente y señorial, pocas casas históricas conservan sus espacios impolutos y muchas menos abren sus puertas para abrazar curiosos, coleccionistas, aficionados y románticos por igual. Esta es la poética de este primer espacio que recibe a sus visitantes, donde habitualmente se realizan eventos culturales, corporativos, ferias comerciales, festejos sociales y tertulias.
Tras atravesar un imponente lobby coronado por una torre palatina se ingresa al patio español. Sitio que recuerda a los palacetes mozárabes del sur de España, pero en su disposición particular se respira un fresco aire tropical. Las íntimas dimensiones de la columnata nos devuelven el rostro a México. El bruñido de los muros y el mármol de su piso es el más sutil de los espejos del cielo que lo abriga. Al fondo, reina un vitral que por un lado nos presenta una escena cervantina y del lado derecho un rincón pueblerino mexicano. Si el modelo es España, el verdor de esta epopeya histórica en cristal enciende un espíritu bucólico y fabuloso, muy similar a los dibujos idílicos de jardines de Ferdinand Bac. Este patio interior evoca magia, invita a la más grata de las charlas y a la convivencia lisonjera. Domina una elegancia relajada propia de un carácter sofisticado y actual.
Casa León también ha engendrado un sitio ideal para el desahogo de artistas que, como ningún otro, es responsable de su origen y misión. Su quehacer empresarial permite la existencia de ArtSpace México, galería de arte queer mexicana que encontró su hogar ideal dentro de esta mansión californiana. No puede imaginarse mejor espacio para alojar una sala de arte que aboga por la diversidad, la ruptura y la innovación que una residencia como esta. La vocación emancipadora de los arquitectos que imaginaron estos rincones facilita hoy la existencia de recurrentes exposiciones de arte que, al igual que su sede, abonan generosamente a los esfuerzos contemporáneos por construir cultura e identidad. En su próxima muestra, a partir del 26 de noviembre, esta galería rememorará de forma póstuma al pintor Iván Villaseñor, planteando un diálogo estremecedor que reconcilia la difícil relación entre la pintura, la poesía y la escultura. La visión ambiciosa y diversa de ArtSpace extiende su interés por artistas de trayectoria reconocida al igual que emergentes, apegándose de forma estricta al reconocimiento del excelente talento artístico. Es así como ArtSpace México da aire fresco a la carrera por conseguir nuevas identidades, de la misma manera que Acha invitaba en 1994. Se trata de un oasis ideal que alberga las transformaciones necesarias para el futuro de la cultura y el arte mexicanos.